Espejo de sombras
Omnipresente, eviterno, implacable. Vehemente en la esencia misma de su existencia. Cruel, despiadado, destructivo. Silencioso en su subrepticio curso de acción. Incierto, misterioso, enigmático. Indiferente a su vertiginosa complejidad.
Su oscuridad hoy en día me mantiene depositario de sus sombras, y aherroja la holgura de mi alma. En el impetuoso abismo de mi vacío interior, es la única entidad que se hace presente. Una entidad que vive, pero cuyos desgarradores embates constituyen una contraposición de lo que razonablemente uno conjetura como vida.
Alguna vez se me preguntó...
—¿Por qué tu espejo ha dejado de funcionar?
La ignorancia, o la pregunta compleja precipitada... El monopolio semántico cuyo arbitrio alcanza impactos morales y teleológicos. Signo de la más viva manifestación de autoengaño, esclavitud ante la etiqueta lingüística, y la incómoda presencia de ojos que abiertos solamente pueden mirar, mas no ver.
Penetrar en estas tinieblas me separa de dichos límites, y subyugado bajo la sombría antítesis de aquel ilusorio júbilo de antaño, mis liberados ojos, que finalmente ven, responden con lágrimas a la agónica oscuridad que se extiende en su totalidad frente a ellos. Es el inconmensurable dolor de escapar de la prisión invisible, el detrimento de la soledad y la angustia, la fría noche eterna.
Huir de aquella prisión no me quita mi identidad de prisionero. Incapaz de regresar a las antiguas miradas que perciben luces, hoy el tránsito de la vida en el infinito abismo poco a poco revela oscuros presagios. Mas existe una hipotética entelequia que me produce estar firmemente persuadido de que aquel sempiterno habitante del vacío existencial, lúgubre transeúnte del sumidero de mi alma, puede ser identificado y así resolver su eterno enigma. Al final, quizá, tan solo quizá, todo este tiempo se ha tratado simplemente de Samantha volcando mi vaso de leche. Y solamente descifrando la conjetura en tales términos, finalmente escaparé de esta nueva prisión, aquella que me hace sentir prisionero en la libertad.
¿Mi espejo? Mi espejo no ha dejado de funcionar. Simplemente mi espejo ha dejado de ser como los demás, y en discrepancia con lo convencional, él funciona en las sombras. Me acompañó en el cambio, en aquel abandono de las miradas que perciben la luz. Y cambió conmigo. Ahora, él refleja la oscuridad.
Su oscuridad hoy en día me mantiene depositario de sus sombras, y aherroja la holgura de mi alma. En el impetuoso abismo de mi vacío interior, es la única entidad que se hace presente. Una entidad que vive, pero cuyos desgarradores embates constituyen una contraposición de lo que razonablemente uno conjetura como vida.
Alguna vez se me preguntó...
—¿Por qué tu espejo ha dejado de funcionar?
La ignorancia, o la pregunta compleja precipitada... El monopolio semántico cuyo arbitrio alcanza impactos morales y teleológicos. Signo de la más viva manifestación de autoengaño, esclavitud ante la etiqueta lingüística, y la incómoda presencia de ojos que abiertos solamente pueden mirar, mas no ver.
Penetrar en estas tinieblas me separa de dichos límites, y subyugado bajo la sombría antítesis de aquel ilusorio júbilo de antaño, mis liberados ojos, que finalmente ven, responden con lágrimas a la agónica oscuridad que se extiende en su totalidad frente a ellos. Es el inconmensurable dolor de escapar de la prisión invisible, el detrimento de la soledad y la angustia, la fría noche eterna.
Huir de aquella prisión no me quita mi identidad de prisionero. Incapaz de regresar a las antiguas miradas que perciben luces, hoy el tránsito de la vida en el infinito abismo poco a poco revela oscuros presagios. Mas existe una hipotética entelequia que me produce estar firmemente persuadido de que aquel sempiterno habitante del vacío existencial, lúgubre transeúnte del sumidero de mi alma, puede ser identificado y así resolver su eterno enigma. Al final, quizá, tan solo quizá, todo este tiempo se ha tratado simplemente de Samantha volcando mi vaso de leche. Y solamente descifrando la conjetura en tales términos, finalmente escaparé de esta nueva prisión, aquella que me hace sentir prisionero en la libertad.
¿Mi espejo? Mi espejo no ha dejado de funcionar. Simplemente mi espejo ha dejado de ser como los demás, y en discrepancia con lo convencional, él funciona en las sombras. Me acompañó en el cambio, en aquel abandono de las miradas que perciben la luz. Y cambió conmigo. Ahora, él refleja la oscuridad.
Tengo miedo de ir a mirar mi espejo
ResponderEliminarHemos de canalizar la aprehensión del miedo como la firme evidencia de ausencia de la rendición de nosotros mismos, poniendo a nuestro lado esa luz de esperanza mientras la misma es capaz de brillar, no sucumbiendo así ante las veleidades de la cortedad. Largo tiempo he pasado en las atalayas de esta ineluctable oscuridad, donde dicha epifanía se manifiesta en la melancólica reminiscencia de aquellos tiempos donde era capaz de sentir el miedo.
Eliminar