Purificación de recuerdos
Vive en mí el imborrable recuerdo con el que cargo el peso de la autodestructiva tragedia de una tóxica existencia. Bajo el yugo del ardiente letargo en ese infinito desierto, donde mi sombra no se despega de mí, largo tiempo he yacido ante las impetuosas arremetidas de una ilusoria luz de esperanza, que oculta bajo la superficialidad de sus rayos la implacable esencia subrepticia del abatimiento. Un abatimiento que bajo las etiquetas de decepción, desesperanza, olvido sin perdón y corrosión en una vida plagada de soledades encubiertas y sueños rotos, es testigo de quienes, con ojos que ven lo iluminado y espejos que reflejan la luz, reciben y aceptan aquel fraudulento paradigma con brazos abiertos y así viven prisioneros de su propias decisiones, bajo la ilusoria imagen de la libertad y la holgura.
Es imposible que dicho recuerdo fluya desde el melancólico rincón de los lúgubres recuerdos de aquella libertad en prisión, sin que el mismo sea acompañado por la suave y empática caricia de una lágrima derramada sobre mi afligido rostro, que hoy fluye con libertad bajo el amparo de las tinieblas, donde las lágrimas reflejan la oscuridad.
Cuando no sucumbo a la destructiva desesperación por ese venenoso recuerdo, logro vislumbrar en las profundidades de la reminiscencia la figura de aquel viejo compañero del infinito viaje hacia ningún lugar en ese abrumador desierto.
Jamás dejaba de aparecerse. Sus visitas nunca cesaron mientras vagué en esa extenuante eternidad de ardientes rayos de sol. Era el recuerdo permanente de que no podía escapar a mi sombra, materializado en un negro cuervo que siempre estuvo para mostrar mi incapacidad de escapar a la oscuridad que me persigue.
Así era él... Solía reconocerlo cuando, vagando sin rumbo ni destino, a la vista permanente de mi sombra, aquella que nunca me abandonaba, notaba una nueva sombra que se incorporaba al campo visual de mi trágica desgracia. Bastaba, entonces, que alzara mi vista, para ver aquella negra figura volando por los cielos y haciendo gala de sus burlas y desprecios.
Más de una vez el cansancio y la fatiga habían detenido mis pasos. La desesperación y la tristeza aherrojaban la fuerza de mi voluntad, y entre sollozos y gritos de dolor, mi batalla entraba en completa paralización. En esos momentos, el cuervo solía aterrizar frente a mí, y me miraba. Quizá confundido, quizá buscando comprender algo. Inclinando la cabeza en señal de desconcierto.
Nunca soporté esas humillaciones. Las pérfidas vejaciones de una inescrupulosa entidad que atormentaban mi existencia hoy viven en mis recuerdos como la insana tortura de quien no hace más que mostrarme cómo puede, cuando quiere, despegarse de su sombra y alejarse de ella. Aquellos espantosos tiempos eran la vida de todos los días de un alma en pena que había perdido su rumbo y aún así caminaba hacia ningún lugar, luchando contra una realidad que ya la había vencido.
Y ese endemoniado cuervo, tras estudiarme y aburrirse, abría sus alas y se echaba a volar. Cada aleteo que daba era un destructivo impacto hacia mi trizada alma. Nunca tuve alas, y así es como nunca pude despegarme de mi sombra mientras padecí la estancia en aquel desierto. El cuervo lo hacía cuando quería, ridiculizando mi sufrimiento y menospreciando cada uno de los estragos de esta desdichada y calamitosa desolación. Así era mi único compañero en esta infinita prisión.
Muchas veces lo veía pasar. Veía su sombra, y lloraba ante lo que jamás podría tener. Tan alto en los cielos, tan alejado de su oscuridad, burlándose despiadadamente al mostrarme esa amarga y desconsoladora imagen. Más de una vez dicha situación congeló mi voluntad, y el cuervo solió detener su vuelo y pararse ante mí, nuevamente para estudiarme y mostrarse interesado. Jamás entendí cómo podía existir tanta maldad en esta vida. Al pegarse a su sombra, se ponía en la misma situación que yo, dando por absurdo mi pesar, exhibiendo lo peor de su perversión al elegir espontáneamente ponerse en esa posición de la cual yo deseaba fervientemente huir. Mis lágrimas solían reflejar el anhelo vehemente del detenimiento de esta horrible realidad, pero frente a ese detenido cuervo en el suelo, ellas tomaban el papel de la marginación y el desdén. Así, inclusive la exteriorización de mi dolor suponía suplicio y aflicción dentro del tormento que suponía aquella pesadumbre.
Sin mayor dificultad, desplegaba sus alas y se retiraba, mostrándome con desprecio condescendiente lo sencillo que era para él abandonar su sombra. De esa forma, concluía su denigrante sesión de ultraje y ajamiento. Así, mis motivos de tóxica y autodestructiva adversidad se completaban.
Aquel triste recuerdo hoy es mi compañero en mi nueva inmensidad errante de completa y absoluta oscuridad. Dentro del frío abismo de las tinieblas, donde hoy mis sollozos se despliegan con libertad, me encuentro pensando en aquel viejo compañero, el cuervo. Muchísimo tiempo lo odié con abominable aversión, pero hoy siento una melancólica empatía hacia su engañada aprehensión de su existencia. A decir verdad, él nunca pudo escapar a su sombra. Por más alto que pudiera volar, su sombra siempre lo mantuvo al acecho. Jamás lo ha dejado solo, y sin importar cuánto pueda él despegarse de la misma, nada cambia su irrevocable destino de encontrarse con ella sin despegársele jamás, cuando sus alas pierdan su capacidad de volar. Él cree que está por encima de su sombra, pero a decir verdad, ha estado subestimando algo a lo que en ese desierto jamás podrá vencer.
Quizá yo hoy esté en condiciones de devolverle sus humillaciones y vejaciones, al fin y al cabo, yo logré algo que él jamás podrá lograr. Ya no tengo mi sombra conmigo, y no he necesitado alas para tal fin. Sumido en la eterna oscuridad de las tinieblas, la sombra ha dejado de existir, mis lágrimas hoy reflejan la oscuridad, y los espejos hoy funcionan en las penumbras de un calamitoso y frío abismo que vaticina infortunio y melancolía, pero que se mantiene fiel a sus promesas. En sus profundidades se refleja su superficie, y los fraudes no tienen lugar en este gélido universo. Es el precio de la libertad y el desengaño, es la vida en la trascendente y aterradora realidad última, aquella que con ojos de sol y espejos que reflejan la luz no puede vislumbrarse.
¿Qué habrá sido del cuervo? No lo sé, pero hoy padezco los embates del infortunio y la desdicha dentro del honesto mundo adverso de las tinieblas. Y aquí su existencia se reduce a un simple recuerdo de tiempos de agonía y destrucción. Un aciago e infausto pasado de farsantes luces que hace mucho tiempo he dejado atrás. Y al igual que el fraude y las sombras, no hay aquí lugar para él ni para la exteriorización de mi empatía. Largo tiempo ha pasado en este nuevo y oscuro letargo, donde purifico los más lúgubres recuerdos del sufrimiento y la angustia. Finalmente es tiempo de purificar, de una vez y para siempre, la amarga remembranza de mi antiguo compañero.
Es imposible que dicho recuerdo fluya desde el melancólico rincón de los lúgubres recuerdos de aquella libertad en prisión, sin que el mismo sea acompañado por la suave y empática caricia de una lágrima derramada sobre mi afligido rostro, que hoy fluye con libertad bajo el amparo de las tinieblas, donde las lágrimas reflejan la oscuridad.
Cuando no sucumbo a la destructiva desesperación por ese venenoso recuerdo, logro vislumbrar en las profundidades de la reminiscencia la figura de aquel viejo compañero del infinito viaje hacia ningún lugar en ese abrumador desierto.
Jamás dejaba de aparecerse. Sus visitas nunca cesaron mientras vagué en esa extenuante eternidad de ardientes rayos de sol. Era el recuerdo permanente de que no podía escapar a mi sombra, materializado en un negro cuervo que siempre estuvo para mostrar mi incapacidad de escapar a la oscuridad que me persigue.
Así era él... Solía reconocerlo cuando, vagando sin rumbo ni destino, a la vista permanente de mi sombra, aquella que nunca me abandonaba, notaba una nueva sombra que se incorporaba al campo visual de mi trágica desgracia. Bastaba, entonces, que alzara mi vista, para ver aquella negra figura volando por los cielos y haciendo gala de sus burlas y desprecios.
Más de una vez el cansancio y la fatiga habían detenido mis pasos. La desesperación y la tristeza aherrojaban la fuerza de mi voluntad, y entre sollozos y gritos de dolor, mi batalla entraba en completa paralización. En esos momentos, el cuervo solía aterrizar frente a mí, y me miraba. Quizá confundido, quizá buscando comprender algo. Inclinando la cabeza en señal de desconcierto.
Nunca soporté esas humillaciones. Las pérfidas vejaciones de una inescrupulosa entidad que atormentaban mi existencia hoy viven en mis recuerdos como la insana tortura de quien no hace más que mostrarme cómo puede, cuando quiere, despegarse de su sombra y alejarse de ella. Aquellos espantosos tiempos eran la vida de todos los días de un alma en pena que había perdido su rumbo y aún así caminaba hacia ningún lugar, luchando contra una realidad que ya la había vencido.
Y ese endemoniado cuervo, tras estudiarme y aburrirse, abría sus alas y se echaba a volar. Cada aleteo que daba era un destructivo impacto hacia mi trizada alma. Nunca tuve alas, y así es como nunca pude despegarme de mi sombra mientras padecí la estancia en aquel desierto. El cuervo lo hacía cuando quería, ridiculizando mi sufrimiento y menospreciando cada uno de los estragos de esta desdichada y calamitosa desolación. Así era mi único compañero en esta infinita prisión.
Muchas veces lo veía pasar. Veía su sombra, y lloraba ante lo que jamás podría tener. Tan alto en los cielos, tan alejado de su oscuridad, burlándose despiadadamente al mostrarme esa amarga y desconsoladora imagen. Más de una vez dicha situación congeló mi voluntad, y el cuervo solió detener su vuelo y pararse ante mí, nuevamente para estudiarme y mostrarse interesado. Jamás entendí cómo podía existir tanta maldad en esta vida. Al pegarse a su sombra, se ponía en la misma situación que yo, dando por absurdo mi pesar, exhibiendo lo peor de su perversión al elegir espontáneamente ponerse en esa posición de la cual yo deseaba fervientemente huir. Mis lágrimas solían reflejar el anhelo vehemente del detenimiento de esta horrible realidad, pero frente a ese detenido cuervo en el suelo, ellas tomaban el papel de la marginación y el desdén. Así, inclusive la exteriorización de mi dolor suponía suplicio y aflicción dentro del tormento que suponía aquella pesadumbre.
Sin mayor dificultad, desplegaba sus alas y se retiraba, mostrándome con desprecio condescendiente lo sencillo que era para él abandonar su sombra. De esa forma, concluía su denigrante sesión de ultraje y ajamiento. Así, mis motivos de tóxica y autodestructiva adversidad se completaban.
Aquel triste recuerdo hoy es mi compañero en mi nueva inmensidad errante de completa y absoluta oscuridad. Dentro del frío abismo de las tinieblas, donde hoy mis sollozos se despliegan con libertad, me encuentro pensando en aquel viejo compañero, el cuervo. Muchísimo tiempo lo odié con abominable aversión, pero hoy siento una melancólica empatía hacia su engañada aprehensión de su existencia. A decir verdad, él nunca pudo escapar a su sombra. Por más alto que pudiera volar, su sombra siempre lo mantuvo al acecho. Jamás lo ha dejado solo, y sin importar cuánto pueda él despegarse de la misma, nada cambia su irrevocable destino de encontrarse con ella sin despegársele jamás, cuando sus alas pierdan su capacidad de volar. Él cree que está por encima de su sombra, pero a decir verdad, ha estado subestimando algo a lo que en ese desierto jamás podrá vencer.
Quizá yo hoy esté en condiciones de devolverle sus humillaciones y vejaciones, al fin y al cabo, yo logré algo que él jamás podrá lograr. Ya no tengo mi sombra conmigo, y no he necesitado alas para tal fin. Sumido en la eterna oscuridad de las tinieblas, la sombra ha dejado de existir, mis lágrimas hoy reflejan la oscuridad, y los espejos hoy funcionan en las penumbras de un calamitoso y frío abismo que vaticina infortunio y melancolía, pero que se mantiene fiel a sus promesas. En sus profundidades se refleja su superficie, y los fraudes no tienen lugar en este gélido universo. Es el precio de la libertad y el desengaño, es la vida en la trascendente y aterradora realidad última, aquella que con ojos de sol y espejos que reflejan la luz no puede vislumbrarse.
¿Qué habrá sido del cuervo? No lo sé, pero hoy padezco los embates del infortunio y la desdicha dentro del honesto mundo adverso de las tinieblas. Y aquí su existencia se reduce a un simple recuerdo de tiempos de agonía y destrucción. Un aciago e infausto pasado de farsantes luces que hace mucho tiempo he dejado atrás. Y al igual que el fraude y las sombras, no hay aquí lugar para él ni para la exteriorización de mi empatía. Largo tiempo ha pasado en este nuevo y oscuro letargo, donde purifico los más lúgubres recuerdos del sufrimiento y la angustia. Finalmente es tiempo de purificar, de una vez y para siempre, la amarga remembranza de mi antiguo compañero.
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